De todas semanas del año, para un cristiano, la
Semana Santa es la central. La más importante.
Por decirlo de
alguna manera más gráfica es la “semana grande”. En ella conmemoramos la
pasión, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la Semana Santa,
constituye el corazón y el palpitar del resto de la liturgia que celebramos
durante el resto del año.
Vivamos con
intensidad estas jornadas. Que seamos entusiastas del Señor con nuestros olivos
y palmas; que abramos los oídos para que sus Palabras lleguen al fondo de
nuestras vidas; que seamos como los apóstoles, personas dispuestas a compartir
su última cena y vivir los gestos de Jesús. Que, como si fuera ahora mismo, la
Pasión (su lectura y su meditación) nos conmueva de tal manera que tengamos la
sensación de estar en primera línea como lo estuvieron aquellos primeros
seguidores hace dos mil años.
Y, sobre todo,
que la Resurrección de Cristo nos haga reavivar nuestra fe de tal forma que
salgamos de esta Pascua tocados por su Espíritu y rejuvenecidos por el don de
una vida nueva.
DOMINGO DE RAMOS
abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y
de la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia.
Se entrecruzan dos sentimientos: la alegre liturgia de
la Iglesia que se convierte en imitación de lo que hizo Jesús en Jerusalén y la
memoria de la Pasión
JUEVES SANTO
Jueves Santo es una invitación a profundizar en el
misterio de la Pasión de Cristo. Por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un
testimonio de servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles
cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.
En este día, el Señor, nos dejó dos grandes regalos:
la Eucaristía y el don del sacerdocio.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte
de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como
signo de salvación y de esperanza.
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SABADO SANTO
La Iglesia permanece junto al sepulcro del
Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando
en oración y ayuno su resurrección.
Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela
junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el
aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar
está despojado. El sagrario, abierto y vacío.
DOMINGO DE PASCUA
Es el día en que incluso la
iglesia más pobre se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año
litúrgico. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del
drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo
que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante
de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el
Hijo de Dios.
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó
hasta el fin" (Jn 13,1).
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