La Iglesia Católica ha llamado "santos" a aquellos que se han dedicado a
que su propia vida le sea lo más agradable posible a Nuestro Señor.
Hay unos que han sido "canonizados", o sea declarados oficialmente
santos por el Sumo Pontífice, por lo que por su intercesión se han
conseguido admirables milagros, y porque después de haber examinado
minuciosamente sus escritos y de haber hecho una cuidadosa investigación
e interrogatorio a los testigos que lo acompañaron en su vida, se ha
llegado a la conclusión de que practicaron las virtudes en grado
heroico.
Para ser declarado "santo" por la Iglesia Católica se necesita toda
una serie de trámites rigurosos. Primero una exhaustiva averiguación con
personas que lo conocieron, para saber si en verdad su vida fue
ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de muchos
que su comportamiento fue ejemplar, se le declara "Siervo de Dios". Si
por detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus
virtudes, fueron heroicas, es declarado "Venerable". Más tarde, si por
su intercesión se consigue algún milagro totalmente inexplicable por
medios humanos, es declarado "Beato". Finalmente si se consigue un nuevo
y maravillosos milagro por haber pedido su intercesión, el Papa lo
declara "santo".
En el caso de algunos santos el procedimiento de canonización ha
sido rápido, como por ejemplo para San Francisco de Asís y San Antonio,
que sólo duró 2 años.
Poquísimos otros han sido declarados santos seis años después de su
muerte, o a los 15 o 20 años. Para la inmensa mayoría, los trámites para
su beatificación y canonización duran 30, 40, 50 y hasta cien años o
más. Después de 20 o 30 años de averiguaciones, la mayor o menor rapidez
para la beatificación o canonización, depende de quien obtenga más o
menos pronto los milagros requeridos.
Los santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia Católica son
varios millares. Pero existe una inmensa cantidad de santos no
canonizados, pero que ya están gozando de Dios en el cielo. A ellos
especialmente está dedicada esta fiesta de hoy.
"Al rezar por los muertos -dice el Beato-, la Iglesia contempla sobre todo el misterio de la Resurrección de Cristo que por su Cruz nos obtiene la salvación y la vida eterna. La Iglesia espera en la salvación eterna de todos sus hijos y de todos los hombres".
Tras subrayar la importancia de las oraciones por los difuntos, el Pontífice afirmó que las "oraciones de intercesión y de súplica que la Iglesia no cesa de dirigir a Dios tienen un gran valor.
El Señor siempre se conmueve por las súplicas de sus hijos, porque es Dios de vivos. La Iglesia cree que las almas del purgatorio "son ayudadas por la intercesión de los fieles, y sobre todo, por el sacrificio propiciatorio del altar", así como "por la caridad y otras obras de piedad".
En razón a ello, el Beato Juan Pablo II pidió a los católicos "a rezar con fervor por los difuntos, por sus familias y por todos nuestros hermanos y hermanas que han fallecido, para que reciban la remisión de las penas debidas a sus pecados y escuchen la llamada del Señor".
La fiesta de Todos los Fieles Difuntos fue instituida por San Odilón, monje benedictino y quinto Abad de Cluny en Francia el 31 de octubre del año 998. Al cumplirse el milenario de esta festividad, el Beato Juan Pablo II recordó que "San Odilón deseó exhortar a sus monjes a rezar de modo especial por los difuntos. A partir del Abad de Cluny comenzó a extenderse la costumbre de interceder solemnemente por los difuntos, y llegó a convertirse en lo que San Odilón llamó la Fiesta de los Muertos, práctica todavía hoy en vigor en la Iglesia universal".
"Al rezar por los muertos -dice el Beato-, la Iglesia contempla sobre todo el misterio de la Resurrección de Cristo que por su Cruz nos obtiene la salvación y la vida eterna. La Iglesia espera en la salvación eterna de todos sus hijos y de todos los hombres".
Tras subrayar la importancia de las oraciones por los difuntos, el Pontífice afirmó que las "oraciones de intercesión y de súplica que la Iglesia no cesa de dirigir a Dios tienen un gran valor.
El Señor siempre se conmueve por las súplicas de sus hijos, porque es Dios de vivos. La Iglesia cree que las almas del purgatorio "son ayudadas por la intercesión de los fieles, y sobre todo, por el sacrificio propiciatorio del altar", así como "por la caridad y otras obras de piedad".
En razón a ello, el Beato Juan Pablo II pidió a los católicos "a rezar con fervor por los difuntos, por sus familias y por todos nuestros hermanos y hermanas que han fallecido, para que reciban la remisión de las penas debidas a sus pecados y escuchen la llamada del Señor".
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